Ataviado con kimono, conversando con Lucía, sentado frente a la estufa y con un whisky en la mano, quema cigarros a medias hasta que se haga de día. No se trata simplemente de que le guste la noche, o que el sol de mediodía no le guste demasiado; Quizás son las circunstancias, no es que le encante el derroche, sólo es que se está curando de un corazón castigado. Pero por lo que a mí me atañe, no quiero parecer borde, me siento incluso alabado por ser parte de sus días, y me uno a su cruzada, porque mi ritmo es acorde a su estado transitorio, y a ese tren que rompe vías. Estos ratos dialogando, y conociendo a mi amigo, debo de reconocer que suman en mi conciencia, darse cuenta entre cervezas, que un judoka me da abrigo, confirma mi teoría de que en amistad, no hay ciencia. Y, aún sabiendo que la vida nos depara grandes cosas, y el caprichoso destino nos abrirá varias puertas, no dudo que aún viviremos experiencias bien hermosas, que confirman que el destino une a las mentes abiertas. Y a pesar de estar rodeados de consolas y de juegos, de muñequitos pueriles y de CDs ancestrales, cuando llegue el fin del mundo, pongo la mano en mil fuegos, que el Marc y el Pere serán, los dos únicos normales.

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